#ElPerúQueQueremos

Varguitas tenía más sueños eróticos que sobre el Nobel.

Las inéditas de Varguitas

Publicado: 2010-10-08

Mario Vargas Llosa acaba de ser galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Un premio por el que espero más de 20 años. Con un vasto reconocimiento y gran júbilo, los peruanos recibimos la noticia que dio la vuelta al mundo en menos de una hora.

De su vida política y su obra se conoce mucho. Se ha escrito a montones sobre Vargas Llosa: tanto el personaje como el escritor. Su ámbito persona quizás sigue siendo un incógnita. En ello radica el misterio de Varguitas.

Las mejores historias sobre el laureado escritor peruano las encontré en el anecdotario de Pedro Escribano, Rostros de Memoria. En esta recopilación de amenos pasajes de distintos novelistas y poetas peruanos existen nueve inéditas de Mario, de las cuales tomaré tres… Y más adelante unas contadas por un seguidor de Varguitas, Roberto 'Pocho' Ochoa.

El incorruptible

Escribano narra una anécdota recogida del libro Vargas Llosa, el vicio de escribir, del escritor español J.J. Armas Macedo, en donde se describe al novelista peruano propiamente como una máquina de escribir.

Y que la historia cuenta cuando el poeta y editor Carlos Barral llegaba de una juerga de santo y señor mío al pequeño departamento que compartía con el joven Vargas Llosa en la rue Tournon, en Paris.

Aquella noche el joven peruano escribía con una disciplina férrea, como ya estaba acostumbrado. Barral, por su parte, quería compartir un vino con su compañero de cuarto.

Vargas Llosa se negó el ofrecimiento, pues nunca solía beber mientras escribía en su máquina. Carlos siguió solo en su faena de tragos. Pero de pronto se escuchó alguien llamando a la puerta. Varguitas abrió y ante la presencia de una fémina conocida no atinó más que a decir: “Estoy trabajando, no tengo tiempo…”

La chica entró al espacio sin hacer caso. Vargas Llosa le restó importancia y siguió en su labor de escritor. Barral hizo lo mismo y volvió a la bebida.

De pronto no escuchó más el galopante sonar de la máquina de escribir de Vargas Llosa, y al instante escuchó cómo este le decía a la exuberante damisela: “¿Qué haces? Vístete, te vas  a enfriar”.

Ella herida en su orgullo salió a tropezones de la habitación. Vargas Llosa no había sucumbido antes los placeres carnales. Primero estaba su horario de escribidor.

Juanito Alimaña de Paris

Trascurría mayo del 68 y para los intelectuales en Francia solo existía una “ley” escogida por y para ellos mismos: “Estás prohibido prohibir”. Eran épocas en las que nadie quería hacer la guerra, sino el amor.

La Joi de Lire era la Liberia más progresista de Paris, y por ende el punto perfecto para que los intelectuales izquierdistas de aquel entonces hagan de las suyas, entre ellos Mario Vargas Llosa, Federico Camino y Alfredo Bryce Echenique.

Un día los tres amigos fueron a dicha librería. Camino y Bryce llevaban en la manga la lista de libros por llevarse sin pagar. Una vez obtenidos guardaron bien los títulos en diferentes partes de sus prendas, a fin de no ser detectados.

Pero grande fue la sorpresa cuando vieron que Varguitas cogió cuatro libros y salió de la librería con ellos bajo el brazo, a vista y paciencia de todos los ahí reunidos. Aunque nadie lo percató.

A una cuadra de la tienda, Camino y Bryce se preparaban para aplaudir la hazaña. Pero grande fue su sorpresa cuando se dieron cuenta que Varguitas se disponía a regresar porque se había olvidado de pagar los libros que llevaba bajo el brazo. Para Bryce y Camino, el joven Vargas se había vuelto un tonto intelectual.

La Chuchupe

Vargas Llosa no sabe bien cómo terminó dirigiendo una película basada en uno de sus libros: Pantaleón y las visitadoras. Y es que el reconocido escritor poco o nada sabía del mundo audiovisual. Pero al final lo convencieron y ahí estaba al mando de toda una producción.

El papel de la Chuchupe recayó en la actriz mexicana Katy Jurado, quien llegó al rodaje con toda clase de exigencias. Un día quería transportarse en avión de una locación a otra, pero al día siguiente lo quería hacer en barco. Además requirió de guardaespaldas por el temor de los guerrilleros en Santo Domingo, lugar donde se filmaba Pantaleón y las visitadoras.

Además, no quería compartir el baño de actores, por lo que exigió uno propio, el cual tenía que ser transportado con cadena hacia donde ella se movía, junto a un cartel que señalara su nombre.

A la quinta semana, Vargas Llosa se hartó y la echó del rodaje. Katy Jurado para salvar su honor, aseguró que “renunció” porque el director (Vargas Llosa) la quiso obligar a tener escenas de malos tocamientos con un enano.

En su reemplazo se contrató a una señora gorda, esposa de un general dominicano. Por ello, en la mitad del filme la Chuchupe siempre aparece de espaldas o bajo una sombrilla.

Pollito a la brasa en el Cinco y medio

Esta historia prefiero que la escuchen del mismo autor del libro Rostros de memoria, Pedro Escribano, Aquí la entrevista, donde además de esa anécdota me cuenta otros detalles de la vida y obra de Varguitas.

Tareas de colegio

Me contó esta tarde Roberto Ochoa, un gran seguidor de Vargas Llosa, que hace unos años pactó una entrevista con el escritor junto a Pedro Escribano para La República. Aunque grande fue la sorpresa que se llevó cuando vio que Escribano iba a la cita periodística acompañado de su hija.

Sin embargo, el novelista peruano no presentó ninguna excusa ante la presencia de la menor durante hora de entrevista que les concedió.

Cuando la secretaria del escritor avisó que se había acabado el tiempo y que afuera esperaban, en cola, cuatro medios extranjeros para la misma labor reporteril, Pedro Escribano le pidió a Varguitas responderle una pequeña pregunta a su mejor hija.

El autor de Conversación en la catedral sonrió y ordenó a su secretaria avisar a los otros medios que demoraría media hora más. Ese fue el tiempo que demoró el premio Nobel es responder la tarea asignación escolar de la niña, la cual consistía en la simple pregunta “¿Cuáles fueron las lecturas infantiles de Mario Vargas Llosa?”.

Quizás la pequeña sea la única que pueda decir: “Mario Vargas Llosa me hizo la tarea”.

El amigo de Odría

En otro pasaje curioso de Vargas Llosa, Ochoa me contó que cuando salió publicada La ciudad de los perros, el dictador Manuel Odría llamó a su “amigo” Francisco Franco en España para quejarse de cómo había permitido que publicaran una obra donde se hablaba mal y mostraba fotos de su “emérito colegio Leoncio Prado”.

Tras ello, Franco mandó a quemar todas las ediciones de aquel libro.

“Nuestro amigo ‘Veguita’ me consiguió aquella primera edición que fue mandada a quemar por Franco, y forma la joya más preciada de mi biblioteca”, me cuenta entre sonrisas ‘Pocho’.

Acá también encuentran la entrevista que le hice a `Pocho’ sobre Varguitas.

Cierre de quiosco. Una vez más les recomiendo comprar el libro de Pedro Escribano, Rostros de memoria. Más allá de las anécdotas completas que encontrarán de Vargas Llosa, conocerán más de esas historias no contadas y que se mueven recelosas en los más cerrados círculos literarios de nuestro país. Si no lo consiguen por ahí, avísenme, quizás los ayude. Adeu.


Escrito por

martinhidalgo

Periodista de La República. Twittero más que Facebookero. Hincha celeste y fumador empedernido.


Publicado en

Animus jocandi

Otro blog más de Lamula.pe